Knut Hamsun en el país de las maravillas

Knut Hamsun (1859-1952). Premio Nobel de Literatura 1920.

Knut Hamsun en el país de las maravillas

Edgar Cherubini Lecuna

Al leer el libro “En el país de las maravillas”[1] de Knut Hamsun (1859-1952), traducido por Zarina Martínez Børresen, sentí que había acompañado al autor desde Helsinki hasta Bakú, atravesando la cordillera del Cáucaso, límite natural entre Europa Oriental y el oeste de Asia. En 1899, Hamsun recorrió en tren y en coche a caballos extensos territorios de Rusia, Georgia y Azerbaiyán, donde cohabitaban decenas de pueblos y lenguas distintas, así como diversas religiones y creencias: musulmanes chiitas y sunitas, persas sufíes, judíos askenazis, budistas, cristianos ortodoxos, católicos levantinos, monofisitas, bahái, así como conservadores del culto a Zoroastro. Quizás esta increíble diversidad fue lo que atrajo a Hamsun a emprender esa aventura.

Escrito en primera persona, es un cuaderno de bitácora en orden cronológico, donde el autor combina libremente la geografía y la etnología para componer un relato donde lo real y lo fantástico cautivan al lector. Pero lo que mas impacta del texto es la exhaustiva descripción de los pueblos y personajes con los que fortuitamente se topa en su travesía y la maestría con la que va despejando capas de ethos profundos que de alguna manera encubren complejas personalidades y costumbres exóticas. Del relato realista y crudo pasa a la más excelsa poesía al describir los paisajes que observa a su paso, que lo hacen evocar su idílica infancia pastoril “cuando escribía con el dedo índice por todo el cielo”.

En 1920 recibió el Premio Nobel por La bendición de la tierra. Esta obra revolucionó el estilo literario de su tiempo. Hamsun fue un pionero de la literatura psicológica, escritores de la talla de Thomas Mann, André Gide y H. G. Wells lo consideraron como un maestro. Para Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura en 1978, Hamsun es el padre de la literatura moderna, a quien califica de “escritor impresionista”. Su estilo retrospectivo influenció, entre otros, a escritores como Hemingway, Miller y Auster.

La traducción al español realizada por Zarina Martínez Børresen de “En el país de las maravillas”, libro escrito en 1899, es producto de su afanosa investigación de costumbres, modismos y expresiones idiomáticas noruegas de finales del siglo XIX, utilizadas por Hamsun para esta narración. El haber traducido al español directamente del texto original en noruego, que hoy nos brinda Aquelarre Ediciones (2020), es un valioso aporte al conocimiento de esta obra en particular, ya que las versiones anteriores en español de este libro son traducciones de otros idiomas.

Conocí a Zarina Martínez Børresen en París hace diez años y desde entonces hemos mantenido una relación de amistad alimentada por interesantes pláticas sobre arte y literatura. Lo que sigue es el resumen de la conversación que sostuvimos recientemente sobre la aventura que significó para ella traducir este libro.  

¿Cómo traducir la lengua y las costumbres del siglo XIX, realidades que ya no existen, mundos ajenos a una persona del siglo XXI?

El caso de En el país de las maravillas es especial. Yo viví en la Unión Soviética durante muchos años y puede visitar la mayoría de los lugares donde Hamsun estuvo. Ciertamente mis viajes no fueron por tierra, pero la naturaleza y los lugares, tal como los describió Hamsun, no habían cambiado cuando yo viajé allá en los años 80 del siglo pasado. Por otra parte, las descripciones de Hamsun son tan detalladas y vívidas que parece imposible para el lector no adentrarse en ellas. Considero que la obra de Hamsun es universal y absolutamente actual, independientemente de cuando haya sido escrita, debido a que aborda temas y situaciones sin fecha de caducidad. No olvidemos que, después de todo, Hamsun es considerado como uno de los pioneros de la literatura moderna. 

Al abordar una obra literaria, el traductor se convierte en el primer lector en otro idioma de una obra y al llegar al final del contenido emprende un camino inverso en la búsqueda de comprensión del texto original hasta los significantes capaces de expresarlo en su lengua, así lo expresa Valentín García Yebra (1917-2010), destacado traductor y filólogo español, quien afirma que “este lector-traductor no puede contentarse con la comprensión como lo haría lector común, sino que ha de procurar acercarse en lo posible a la comprensión total. Digo ‘en lo posible’, porque la comprensión total de un texto es inalcanzable”.[2] ¿Qué opina usted de esta afirmación y cuál es su experiencia en ese viaje inverso al traducir a Hamsun?

Es probable que García Yebra tenga razón al afirmar que la “comprensión total” es inalcanzable. Sin embargo, quiero pensar que, al hablar noruego, al haber leído la obra en el idioma original, visitado los lugares descritos por Hamsun, estudiado a fondo buena parte de su obra y por último el vivir en Noruega, me han dado, como traductora, una perspectiva más amplia de ésta en su totalidad y por lo tanto he podido acercarme a ella y hacer el viaje inverso con más herramientas que, por ejemplo, los primeros traductores de Hamsun al español.    

Zarina Martínez Børresen, traductora.

Las dificultades que enfrenta un traductor con la complejidad de otra lengua, las resume García Yebra citando a Rilke: “Casi todo lo que nos sucede es inexpresable”, lo que ese escritor quería decir es que, “si la verdadera comunicación es imposible dentro de una misma lengua ¿Cómo va a ser posible, mediante la traducción, entre lenguas distintas?”. Esa misma pregunta se la hago a usted.

Hace poco me invitaron a participar en un documental sobre el etnógrafo soviético Yuri Knórozov, quien descifró la escritura maya y a quien tuve el privilegio de conocer cuando trabajaba en la embajada de México en Rusia. A propósito del desciframiento, Knórozov expresó que “cualquier cosa creada por el hombre puede ser comprendida y descifrada por el hombre”. También hace unos meses, en una presentación de En el país de las maravillas, la moderadora dijo que había que apreciar la labor de los traductores ya que, gracias a ellos, era posible para millones de lectores acceder a grandes obras de literatura, a pesar de no conocer el idioma original. Creo que ambas posturas son válidas en lo que hace a la traducción.

Mi conocimiento de la obra de Hamsun se deriva del trabajo realizado para mi tesis doctoral, en la cual analicé la presencia de la obra de Hamsun y su posible influencia en la del mexicano Juan Rulfo. Rulfo evidentemente leyó a Hamsun en traducciones de traducciones de dudosa calidad, pero a pesar de eso pudo captar y asimilar elementos emblemáticos de los temas, la forma de narrar, aspectos culturales y la visión del mundo de Hamsun.

Considero que la cuestión de la “comunicación” entre el lector y una obra traducida tiene muchos matices, pero aquí el elemento más importante es la calidad de la traducción. Siempre ha habido traducciones al español de un gran número de obras de Hamsun, pero no es sino hasta principios de los años 90 del siglo pasado que empiezan a aparecer traducciones directas y de calidad del noruego al español, brindando así al lector la posibilidad de tener un contacto más directo con la obra. He de señalar que las traducciones al español antes de los 90 habían sido hechas en gran parte por escritores y críticos literarios, quienes se basaron en versiones del alemán y del francés principalmente, y en algunos casos decidieron “mejorar” el estilo de Knut Hamsun o simplemente omitir pasajes complicados o demasiado detallados. Este es un problema que he observado incluso en traducciones recientes de Hamsun al inglés y al francés.

En relación con la responsabilidad de traducir, un filósofo amigo estudioso de Kant, me comentaba con estupor cómo los errores de interpretación debido a la falta de dominio sobre la lengua del autor han provocado distorsiones conceptuales en innumerables traducciones al español de este filósofo ¿Es que ser traductor no significa que puedes traducir cualquier género? ¿Para traducir filosofía hay que ser filosofo? ¿Para traducir poesía hay que ser poeta? ¿Se necesita amar la complejidad como Knut Hamsun para poder traducirlo?

Un buen traductor debe conocer bien la lengua de la cual va a traducir, e idealmente, manejar cualquier texto. De lo contrario la traducción quedaría encasillada y reservada exclusivamente a traductores-especialistas en cada materia, lo cual parece complicado. En literatura entra la responsabilidad del traductor, como dice Humberto Eco, de “decir casi lo mismo” y no lo que suena bien, de “mejorar” o interpretar lo que cree que el autor quiso decir. Este es un gran reto y uno de los problemas que encontré al leer traducciones antiguas de Hamsun al español. Cuando escribí mi tesis de maestría, y más tarde de doctorado, hice mis propias traducciones de citas de las obras estudiadas, si me parecía que las existentes no eran muy precisas. Sin ser historiadora del arte o curadora traduje de español a inglés todos los textos para el libro conmemorativo dedicado al pintor mexicano Ricardo Martínez. Actualmente estoy trabajando Vagabundos, otro título de Hamsun, y la editorial Aquelarre me ha propuesto retomar la traducción de Hambre. Una vez concluidos estos proyectos me gustaría traducir obra noruega contemporánea.  Mi trayecto hacia la traducción de Hamsun es complejo, y ciertamente no me hubiera embarcado en esa labor si no hubiera amado su complejidad: hace unos años recibí una comunicación de Miguel Pineda, un joven que estaba por fundar una editorial en Xalapa, México, bajo el nombre de Aquelarre Ediciones. Miguel quería lanzar la editorial con títulos de los que él denominaba “autores malditos” – en el caso de Knut Hamsun por su apoyo al Nacional Socialismo – y quería publicar Hambre como primer título. La idea original era que yo escribiera el prólogo, pero más adelante acordamos que yo hiciera además una traducción para lectores hispanoamericanos. Por cuestiones de derechos de traducción, el proyecto no se realizó y entonces propuse traducir y prologar I æventyrland, cuya traducción exacta al español sería En el país de los cuentos. Mi decisión de cambiar el título a En el país de las maravillas fue totalmente subjetiva: vivir en la Unión Soviética, donde todo podía suceder y ver lo que Hamsun había visto casi un siglo antes fue una experiencia única. Por otra parte, amigos soviéticos latinoamericanistas frecuentemente definían a su propio país como una “casa de locos real maravillosa”, un espacio surrealista y mágico a la García Márquez, que sobrepasaba los límites de lo normal.

Este es un libro con varias lecturas, una de ellas es la visión y postura crítica de Hamsun sobre la modernidad, la civilización y el eurocentrismo. Fue testigo de cómo la búsqueda de petróleo y otros minerales en esos territorios destruía los valores culturales, las tradiciones y hasta las creencias ancestrales de esos pueblos. Es cáustica la crítica que hace de la empresa petrolera de Nobel (creador del premio que lleva su nombre) en Bakú, Azerbaiyán ¿Cómo interpretó y tradujo esa postura de Hamsun? ¿Se trataba de un naturalismo místico o una visión pionera de la visión “verde” y decrecentista en boga hoy en día en Europa?

En el país de las maravillas es la primera obra en que Hamsun expresa su posición acerca del daño que la “civilización” puede hacer. En este caso naturalmente se refiere a sociedades como las que observa en el Cáucaso, más atrasadas que las europeas desde un punto de vista eurocentrista, si bien matizado con elogios a la vida sencilla de las comunidades que visita.  Sin embargo, en su obra posterior, Hamsun plantea abiertamente el daño que la supuesta “civilización” causa a pequeñas comunidades en lugares apartados en la misma Noruega, perjudicando la naturaleza y fomentando la necesidad de bienes superfluos como comida enlatada, café, viviendas con ventanas de colores, bancos y oficinas postales, entre otros, que nadie necesita y resultan a la larga en pobreza, hambruna, desarraigo e incluso crimen.

En La bendición de la tierra, novela por la cual recibió el premio Nobel de literatura en 1920, Hamsun expone claramente el contraste entre el campo y la ciudad y las consecuencias negativas de abandonar la tierra por el espejismo de la civilización y en busca de una supuesta vida mejor. Él mismo dedicó tiempo, energía y recursos considerables a la agricultura en sus propiedades, primero en el norte y por último en Nørholm, en el sur de Noruega. Algunas de sus posturas coinciden con y anteceden a planteamientos del Nacional Socialismo, el cual Hamsun apoyaría de manera muy desafortunada unos años más tarde.

Sobre esto último, pienso que Hamsun vivió bajo el signo de una contradicción permanente. Admirador de la cultura alemana, era favorable a la creación de una gran confederación de pueblos germánicos, de allí que, a sus 80 años, observara con complacencia la invasión alemana, publicando artículos de prensa favorables al Tercer Reich y al mismo Hitler. Tras el finalizar la guerra, en las principales ciudades de Noruega fueron quemados sus libros. Sufrió el desprecio de sus compatriotas y fue internado en un hospital psiquiátrico, donde los especialistas concluyeron que sus facultades mentales se habían deteriorado y sobre esa base se retiró la acusación de traición. Su infeliz conjunción con el pensamiento nazi eclipsó su excelsa obra literaria por muchos años. Cuando le fue encomendada la traducción de esta obra ¿Cómo abordó usted el fantasma del nazismo en la vida de Hamsun? Le comento esto, solo para preguntarle sobre la complejidad a la que se enfrenta un traductor y en especial, la enorme responsabilidad en relación con el receptor final de su labor que es el lector.

En Noruega hay a la fecha una discusión sobre el nazismo en la vida de Hamsun y sobre la necesidad de separar al escritor del simpatizante, con la cual estoy de acuerdo. Yo veo que mi responsabilidad como traductora es transmitir al receptor el valor literario de la obra, más que guiarlo a leer entre líneas. En mayor o menor grado, la mirada de un europeo de viaje por el Cáucaso estará determinada por sus parámetros y sus expectativas. Como lectora, sí me llamaron la atención la actitud de Hamsun hacia los ingleses y judíos, así como cierto paternalismo y condescendencia para con los caucasianos, con los que por otro lado generalmente simpatiza. Pero también como lectora compartí con el autor su fascinación por ese mundo tan distinto al suyo, la cual transmite con gran maestría.

Por último, hay que recordar que la obra fue escrita a principios del siglo XX, años antes incluso de la primera guerra mundial, y que las opiniones que Hamsun expresa en ella parecen más personales que políticas.  

Una obra literaria es una obra de arte cuyo medio expresivo es la palabra. En su caso ¿Cúales son las dificultades mayores de trasladar palabras, términos, la sintaxis y los giros idiomáticos del noruego al español?

En el caso de En el país de las maravillas, una de las dificultades fue que el lenguaje de Hamsun es anticuado y muchas palabras son más cercanas al danés que al noruego, por lo que tuve que recurrir a versiones en noruego moderno y consultar diccionarios académicos, así como a amigos locales para aclarar frases, palabras y referencias culturales que no aparecían en ningún diccionario. Al igual que en su obra inicial, aquí Hamsun “juega” con el lenguaje a través del cambio de tiempos verbales, de puntuación a veces ilógica y de no utilizar guiones o comillas al reproducir diálogos, por ejemplo. Yo decidí respetar estas decisiones, ya que las considero emblemáticas de su estilo. Después de todo, si tomamos en cuenta que el título original incluía la frase “vivido y soñado en el Cáucaso”, los “juegos” contribuyen a crear una atmósfera en la que, como es común en la obra temprana de Knut Hamsun, a veces resulta difícil separar la realidad de la fantasía, lo soñado de lo vivido y el viaje literal del figurado. 

edgar.cherubini@gmail.com

www.edgarcherubini.com


[1] Knut Hamsun, En el país de las maravillas, Aquelarre Ediciones, México, 2020. Traducción y prólogo de Zarina Martínez Børresen.

[2] Valentín Garcia Yebra, Ideas sobre la traducción y problemas de la traducción literaria, Équivalences, 12e année-n°1, 1981.

Extractos del libro “En el país de las maravillas”, de Knut Hamsun

La montaña (Capítulo VI, pág. 79)

En una vuelta cerrada del camino se abre repentinamente una ranura a la derecha y vemos completamente cerca la punta helada del Kazbek, con sus glaciares como chispas blancas bajo el sol. Ahí está ante nosotros, alto y silencioso, mudo. Nos invade un sentimiento extraño. La montaña está ahí como por encima de las demás: parece un ser de otro mundo que nos observa. Bajo tambaleante del carro y me sujeto de la capota ahí mismo. En ese momento se apodera de mí una sensación de estar en una vorágine, de flotar sobre el camino, fuera de mí; es como estar cara a cara con un dios. El silencio es total (…) nunca me he sentido tan falto de equilibrio en la tierra; aquí estoy parado y tengo que sujetarme de algo. Entonces el glaciar se esconde detrás de una nube. La vista ha desaparecido. La montaña continúa susurrando bajo la nube.

El proletariado de los genios. Capítulo IX, pág. 127

La luna está ya bastante brillante; son las cinco de la tarde. El sol y la luna resplandecen al mismo tiempo en el paisaje y hace mucho calor. Este mundo no es como ningún otro mundo que conozco y una vez más pienso que me podría quedar aquí de por vida. Hemos descendido tanto que los viñedos empiezan de nuevo; hay nueces en el bosque y el sol y la luna brillan uno junto a la otra. El hombre está indefenso ante esta maravilla y si uno viviera aquí podría ver esto cada día y golpearse en el pecho de asombro. Este pueblo ha luchado contra la amenaza de la destrucción, pero ha vencido todo, es fuerte y sano, florece; hoy en día es un pueblo de diez millones en total. Los caucasianos no saben de las fluctuaciones en la bolsa de Nueva York, su vida no es una carrera de velocidad, tienen tiempo para vivir y pueden cortar comida de los árboles o matar a sus ovejas para vivir de ellas. ¿Pero son acaso mejores personas los europeos y los yanquis? Sabe Dios. Dios y nadie más lo sabe, así de dudoso es. Algunos son grandes hombres porque lo que los rodea es pequeño; porque el siglo, a pesar de todo, es pequeño. Pienso en algunos nombres célebres, únicamente de mi propia profesión y hay muchos en una larga fila, miembros del proletariado de los genios. Yo cambio a una veintena de ellos solo por el caballo de Marengo[1]. Los valores no tienen un valor inmutable: la aureola del teatro allá equivale al cinturón brillante aquí. El tiempo se lleva a ambos, el tiempo los cambia por otros valores. ¡El Cáucaso, el Cáucaso! No es por nada que los más grandes gigantes de la poesía que el mundo conoce, los grandes rusos, han estado contigo y bebido de tus manantiales…

El ser humano obedece a un hombre que sabe ordenar. (Capítulo III, pág.54-55)

En el andén en la estación (Armavirov) pasea, entre otros, un joven circasiano. Va vestido así: tiene botas largas de charol con hebillas doradas encima de la parte exterior de las piernas. Su túnica café, que le llega casi a los tobillos, está sujeta en la cintura por un cinturón dorado, de donde cuelga un puñal sobre el vientre. En el pecho se ve la punta de dieciocho cartuchos. Lleva un sable largo y angosto a un costado. El sable arrastra y el mango está incrustado con turquesas. Viste una camisa o una túnica de seda cruda blanca; su abrigo se mantiene abierto a la altura del pecho y la seda cruda se ve como plata bajo el sol. Tiene cabello negro que brilla y una gorra de piel tibetana completamente blanca como la nieve, cuya lana le cuelga un poco sobre la frente. Su atuendo da una impresión de descuido, pero no su cara. Me explican que su uniforme es reglamentario, pero lo que otros tienen de lino él lo tiene de seda, y lo que otros tienen de bronce él lo tiene de oro. Es hijo de un príncipe. Todos lo saludan en la estación y él responde a todos; algunos hasta hablan con él y escuchan tranquilos su larga respuesta. Parece que les pregunta cómo están, cómo les va y cómo están sus mujeres y si los niños están sanos. No parece que diga nada incómodo, ya que todos le agradecen y parecen satisfechos. Dos muzhiks, campesinos rusos con blusa y cinturón de piel, se acercan a él y lo saludan, se quitan las gorras y las ponen bajo el brazo y se inclinan y le dicen algo. El joven oficial también los escucha y les responde algo que los deja satisfechos. Pero entonces empiezan a hablar más, explican algo y empiezan a hablar entre ellos. El oficial los interrumpe con una palabra corta y los muzhiks se ponen la gorra.

Probablemente han recibido la orden de cubrirse, debido al calor. Y siguieron hablando; pero entonces el oficial se ríe, niega con la cabeza y dice nyet, nyet, y después se retira. Pero los muzhiks lo siguen. De pronto, el oficial da media vuelta, los señala y dice: ¡Staistai! Y los muzhiks se detienen, pero continúan hablando y profiriendo sus quejas. Otros ríen de sus lamentos y les dicen que callen, pero no se dan por vencidos de ninguna manera; escucho sus voces quejosas aún después de que el tren ha echado a andar.

Me quedo pensando en este oficial y los muzhiks. Seguramente era su amo, y probablemente era el dueño del pueblo en el que habíamos estado y tal vez también hasta del castillo de Soria Moria que vimos en la mañana y de todas las millas de tierra negra por las que hemos pasado. ¡Alto!, les dijo a los muzhiks, y se detuvieron. Cuando una multitud amenazante persiguió a Nikolai I en San Petersburgo, éste únicamente se detuvo, dio media vuelta, señaló y grito con voz severa: ¡De rodillas! Y la chusma se arrodilló. El ser humano obedece a un hombre que sabe ordenar. Napoleón fue obedecido con entusiasmo. Obedecer es un placer, y el pueblo ruso sabe hacerlo todavía.

El arte sagrado de la escritura (Capítulo XIII, pág.164-165)

La ciudad (Tiflis) es todo menos divertida, pero había un rincón al cual volvimos una y otra vez y que nunca nos cansamos de ver: el barrio asiático. (…) Aquí había gente de todo el Cáucaso: georgianos, gente de la montaña, grupos uralo-altaicos, todo tipo de tártaros, después indoeuropeos como persas, kurdos, armenios, gente de Arabia y de Turkestán, de Palestina y el Tíbet. Y todo aquí era tranquilo, nadie tenía prisa. La tranquilidad del oriente se posaba sobre ellos. Los turbantes blancos y multicolores eran los dominantes; solo uno que otro verde o azul se veía coronar una maravillosa cabeza barbada. Los cinturones eran o bien de metal repujado, o como los de los persas, de seda de muchos colores. Los caucasianos, kurdos y armenios llevaban armas.

Hacía mucho calor al mediodía, pero en varias partes había techo sobre las calles y buena sombra. Los burros, los caballos y los perros están con la gente. Un caballo estaba bajo el sol implacable cuando llegamos; tiene llagas en la crin, así como grandes heridas e incontables moscas sobre las heridas. El caballo no siente nada; ahí está parado, flaco al máximo, con la cabeza gacha y deja que las moscas permanezcan ahí. Está totalmente atontado y si nosotros espantamos a las moscas no parece sentir alivio; está ahí nada más quemándose al sol, pestañeando apático. Como está amarrado a un carro, seguramente espera a su amo. Sus heridas apestan… Es un caballo arrogante, un caballo estoico. Con tan solo dar unos pasos podría protegerse en la sombra, pero ahí sigue. Tampoco le afecta que las moscas permanezcan ahí, así de absoluto es su deterioro.

Los artesanos trabajan en la calle al lado de los burros, los caballos y los perros. Los herreros calientan hierro en sus pequeñas fraguas y lo golpean en pequeños yunques; los trabajadores de metal liman, graban, repujan y pican; de vez en cuando incrustan una turquesa u otras piedras. Los sastres cosen largos albornoces y ensartan máquinas de coser occidentales, armados hasta los dientes y con grandes gorros de piel en la cabeza. Hasta hace doscientos años, nuestros sastres y zapateros nórdicos trabajaban con un espadín a la cadera. Aquí persiste la costumbre.

En los puestos hay sobre todo prendas de seda, mercancías bordadas, alfombras, armas, joyas. El visitante puede mirarlo todo, sin comprar; pero si compra, mejor. Estos comerciantes toman todo con bendita tranquilidad. Hay mucha suciedad en todos los puestos; pero en los de alfombras hay además alfombras valiosas sobre el piso, en la puerta, sobre los escalones y en la calle hasta la casa vecina. Sí, son alfombras persas y caucasianas valiosas. Y la gente y los perros andan sobre ellas y las ensucian tanto que es lamentable verlas.

De trecho en trecho, bajo un pequeño cobertizo, hay alguien que sabe escribir y que escribe para la gente cualquier cosa que le pidan. A su alrededor tiene libros con letras llamativas y no es raro que se haya vuelto tan gris y digno, ya que ha aprendido esas letras y las puede descifrar. También vimos a personas jóvenes y serias con escritos bajo el brazo; eran seguramente discípulos de teólogos y letrados que iban y volvían de casa del maestro. Al pasar por el puesto del escribano se inclinan y saludan respetuosamente. El arte de la escritura es sagrado, hasta el papel en el que se escribe es sagrado. El famoso sheik Abd ul Kader Gilani nunca pasaba frente a un puesto de papel sin antes haberse purificado lavándose, y al final se volvió tan santo y espiritual que podía sobrevivir durante semanas con una sola aceituna. El papel sirve para multiplicar el libro sagrado y por eso tiene esa reputación. Uno escoge el papel para sus escritos con el mayor cuidado, afila su pluma y mezcla la tinta con devoción. (…) Es con respeto que también nosotros pasamos por delante de estos puestos con escritos y papel. Porque el hombre ahí dentro es tan fascinantemente digno.


[1] Hamsun hace referencia a Marengo, uno de los caballos de Napoleón Bonaparte y el más famoso de todos ellos. Debe su nombre a la batalla de Marengo, en Italia. (N. de la T.)

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