La ética como ejercicio de la libertad

Guerrero griego, ilustración en una vasija del siglo VIII A.C. Enciclopedia britanica

La ética como ejercicio de la libertad

Edgar Cherubini Lecuna

En este presente desacertado y dramático, de corrupción, de miseria omnipresente y de violencia ciega, hablar de la ética puede parecer incongruente, inapropiado o incluso provocador, casi un escándalo. En el discurso político es raro escuchar hablar de la ética como principio generador de valores como son la dignidad, la verdad, la justicia, la igualdad, la responsabilidad, la compasión, el bien y la libertad como ideales sociales. Por el contrario, estamos viviendo una peligrosa declinación de los valores occidentales y en parte se debe a la pérdida del consenso ético sobre la aspiración al Bien, que solo es posible lograr mediante el ejercicio de los derechos humanos en democracia y de la subordinación de la política a la ética. Fomentar la capacidad de sinergia para trazar un rumbo hacia nuevos paradigmas, solo se logrará rescatando los valores morales y adoptando una actitud ética como único terreno sólido desde donde tomar decisiones.

Esta reflexión en voz alta nos lleva a indagar sobre sus orígenes. La palabra ética se deriva del griego antiguo ēthikós (ἠθικός), que significa «El carácter de uno», que a su vez proviene de la palabra raíz êthos (ἦθος) que significa «naturaleza moral».  El gran paradigma de la educación griega fue el de establecer un ideal para la moral del hombre: la aspiración al Bien y la Belleza, sí, la belleza también debe ser una aspiración social. Platón (S. V a.C) afirmaba que “la Belleza es englobante y unificadora” y definió el Bien como, “aquello que eslabona todo el universo sensible e inteligible, lo material, las ideas y las representaciones de éstas, la tierra, los astros, el hombre, la política, las ciencias”.  Pero esta aspiración no nacía del azar, sino que eran producto de una disciplina consciente, condensada en el concepto de Areté o Virtud.

En la Ilíada, Homero (S. VIII a.C) cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero de Troya, quien decide defender a su ciudad del invasor.  El concepto de Areté o Virtud, es empleado aquí por Homero para designar la excelencia humana, es decir, los rasgos de carácter que hacen la diferencia entre un hombre noble y un hombre ordinario. Como expresa Fernando Savater, “Héctor era un hombre como los demás, que ha podido enfermarse o escaparse, más aún venderse al enemigo, sin embargo, se decidió por lo más difícil ¿por qué? porque era un hombre libre, capaz de elegir su forma vida; en otras palabras, Héctor era un hombre con “ética”. 

Según Werner Jaeger (Paideia, 1962), la fuerza de la nobleza se halla en el hecho de despertar el sentimiento del deber frente al ideal. La actitud del guerrero griego no significa solamente el vencer a un adversario, sino el mantenimiento de la Areté conquistada tras el rudo dominio de las pasiones, sometidas a una constante exigencia de conducta. Por lo tanto, Areté y honor estaban unidos indisolublemente. El honor no como vanidad, sino como medida de valor por el mérito alcanzado. Aristóteles (S. IV a.C) se inspira en este modelo cuando afirma en su Ética a Nicómaco: “todo lo que nos da la naturaleza lo recibimos primero como potencialidades, que luego nosotros traducimos en actos (…) Quien se estima a sí mismo, debe ser infatigable en su heroísmo moral y, de ser necesario, abandonar todo para apropiarse del Bien y la Belleza”. En otras palabras, esos valores los tenemos en potencia dentro de nosotros y la clave para hacerlos surgir, reside en nuestra actitud, en las decisiones y acciones que emprendamos.

La Moral (de la raíz Mori: costumbre) tiene que ver con los valores que aceptamos como válidos en nuestra sociedad. Ética es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y por qué decidimos actuar en consecuencia. El ser responsable consigo mismo es el verdadero ejercicio de la libertad, es entender que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando, al elegir lo que debo hacer voy transformándome poco a poco, todas mis decisiones van dejando huella en mí mismo y en la sociedad que me rodea. 

Aristóteles en su Ética a Nicómaco, reafirma el concepto ético de la manera siguiente: “Tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder.” Al poder decidirnos por la virtud, ejercemos nuestra libertad, nuestro poder, agregando luego una frase terminante: “No se puede ser libre por otro”.

Virtud, Ética y Libertad son conceptos inseparables. La palabra Virtud deriva etimológicamente de la raíz “vir”, la fuerza viril del guerrero, el rigor y temple que se imponen en el combate físico y ético. Octavio Paz, lo resume magistralmente: “la libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: “Si” o “No”. 

edgar.cherubini@gmail.com

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